Por qué si le gusta a usted la política tiene que ver “Tres días en mayo”

“Tres días en mayo” es una obra que se presenta en el Centro Cultural Helénico de la Ciudad de México. Dirigida por Lorena Maza, cuenta con la actuación de Sergio Zurita como Winston S. Churchill -tal vez lo exacto sería decir que más que actuar el personaje, Zurita invoca su espíritu y se mimetiza-. Luis Miguel Lombana, José Carlos Rodríguez, Miguel Conde y otros actores dan cuerpo y voz al gabinete de guerra británico a mayo de 1940.

La obra trata acerca de la decisión inglesa de pelear contra los nazis hasta las últimas consecuencias, o seguir la sugerencia francesa de negociar la paz por conducto de Benito Mussolini. Si bien sabemos el final, lo interesante es el cómo se decide enfrentar al mal aún a riesgo de una derrota absoluta.

No soy crítico de teatro. Pero si un apasionado tanto de la política inglesa como de esa figura cuasi mítica (“deidad marina” le llamó uno de sus contemporáneos, tal vez por su desempeño en dos ocasiones como Primer Lord del Almirantazgo) que es Winston Spencer Churchill; así que poco puedo decir de la puesta en escena como tal. Pero lo que está bien hecho se nota, aun cuando uno no sea experto en la materia; el uso de un mapa electrónico para mostrar el avance de los demonios nazis, o el cuidado en la selección de la ropa conforme la época, hablan del profesionalismo de la producción.

Desde mi atalaya, destaco la lectura política de la obra. Vemos a un Primer Ministro, que cuenta con más apoyo entre la oposición que en los bancos del gobierno, su propio partido lo ha aceptado o como un personaje inevitable o como el mal menor, resignación es lo que despierta, antes que la felicidad de sus correligionarios.

Churchill se muestra como un político consciente de su endeble posición. No puede ganar el debate en el gabinete de guerra para después perderlo en el Parlamento, así que debe obrar de tal manera que cuenten con ambos para ejecutar la decisión que en su fuero interno ha tomado, y con anticipación de años: luchar hasta vencer a los alemanes, contando con la ayuda norteamericana, que en esos días aciagos de mayo de 1940 aún no se ve en el horizonte.

Se oponen a su decisión las dos figuras más importantes del Partido Conservador: Neville Chamberlain, quien justamente fue defenestrado para que subiera el hijo de Randolph Churchill, y que es el líder del Partido en la Cámara de los Comunes; y Edward Wood, Lord Chamberlain, Ministro de Relaciones Exteriores y figura preferida para ocupar el puesto de Churchill, al que no accedió por pertenecer a la Cámara de los Lores. Ambos temen la pronta derrota inglesa, y ven en el intento de negociar la manera de salir lo mejor librados de una guerra en la que su principal aliado, Francia, caerá en cuestión de horas.

Vemos en la obra como políticos forjados en la lucha parlamentaria, demócratas convencidos, tienen que decidir mediante la discusión (la política se hace con palabras, gobernar además con actos) la forma de enfrentar a un poder superior dirigido de forma tiránica. No cabe la imposición irracional o por la fuerza de una postura, sino el convencimiento por los argumentos.

El meollo justo de la democracia: convencer al otro o dejarse convencer.

Así, “Tres días en mayo” al ocuparse de un momento de suma tensión, en el que se decida lo que se decida no hay certeza de que el mal se evite, evidencia de forma clarísima (permítame la expresión) la política en su mejor forma: seres racionales enfrentados a una situación nacional para cuya solución existen recursos escasos, y que deben convencerse mutuamente de la mejor manera de emplearlos.

De seguir la guerra, lo más probable es que pronto caiga el Reino Unido, y su población sea esclavizada; de conseguir la paz, se tendrán que ceder colonias y seguramente desarmar al país. Estimado lector, ¿le gustaría tomar el lugar de alguno de los miembros del gabinete que tiene que decidir entre ambas opciones?

Se muestra a Churchill como un político hábil. Conoce su posición, el terreno que pisa, y el camino para logra lo que quiere; debe trabajar para conseguirlo ganándose a Halifax o a Chamberlain. Y para hacerlo recurre al sondeo, a la exposición racional, a la emoción incluso.

Y sí, la política también conlleva conocer y manejar las emociones.


Si usted es político, o le interesa el arte de gobernar, vea la obra. Si le gusta la historia, vea la obra. Si le gusta el teatro, seguramente ya la vio. En cualquiera de los supuestos, seguro estoy que no sólo la apreciará, sino que conocerá un poco mejor ese difícil arte que es el de la política.

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