Segunda vuelta



En el último número de la revista Voz y Voto se publicó un interesante artículo de José Woldenberg sobre el tema de la segunda vuelta electoral, para la elección de los puestos ejecutivos. Como argumento de fondo, el distinguido politólogo presenta el que se evite que llegue a encabezar gobierno quien concita más voluntades en su contra.

Desde luego no puede obviar el ex presidente del IFE el tema de la gobernabilidad por referencia a la integración del legislativo, y propone que se modifique la integración de las cámaras federales, a fin de que  sean un espejo de la votación nacional, esto es, el porcentaje de votos de cada fuerza política sea igual al de escaños que obtenga. Afirma que, incluso en caso de que este elemento de ajuste no se consiga, aun así con el modelo constitucional actual sería posible un esquema de segunda vuelta, dado que se puede optar por un gobierno de coalición, basado en la alianza entre el partido en el ejecutivo y la fuerza o fuerzas principales del el legislativo.

Desde luego la autorizada pluma que propone lo anterior obliga a tomar en serio su propuesta. Y por tanto, exige también una réplica que permita ofrecer a los ciudadanos distintos puntos de vista para que cada quien forme su opinión.

Si bien es cierto la segunda vuelta genera la ilusión de una mayor “legitimidad”, siguiendo a Jaime Cárdenas, puede afirmarse que la misma en buena medida es ficticia, dado que un porcentaje importante de quienes votan por el ganador no lo hacen por sus propuestas, personalidad o antecedentes, sino justamente como afirma Woldenberg, para evitar que otra persona acceda al ejecutivo, esto un poco justo como acaba de suceder en Perú entre Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski.

Sin embargo, ¿esto genera legitimidad? Genera la aceptación del mal menor, pero ni concita la emoción ni garantiza el apoyo; más bien una especie de pasiva aceptación.

Al contrario que Woldenberg, estimo que el entramado constitucional actual no es adecuado para la segunda ronda. Ya lo ha apuntado María Marván, ex consejera tanto del IFE como del IFAI, el tema no es la segunda ronda, el asunto es si modificamos la forma de gobierno presidencial por una diversa. Veamos el ejemplo de Perú. Frente al triunfo ajustado de Kuczynski para el ejecutivo, se observa que los seguidores de Fujimori tienen 60 escaños de 130, y los partidarios del presidente electo acceden apenas a 25. Es de esperarse que las medidas legislativas y presupuestarias del nuevo gobierno choquen con la fuerza que tiene casi la mitad de los congresistas.

Si un escenario similar se presentara en México, se dirá que hay dos salidas: una, la negociación política de cada tema trascendente, lo que desde luego es posible pero que en un congreso con diversas bancadas se vuelve muy complejo, y más si observamos que en nuestro país ya no son tres, sino cuatro las fuerzas políticas principales. La segunda salida, podría aducirse, es que ya nuestra Constitución contempla los gobiernos de coalición, que al correcto decir del expresidente del IFE permite acuerdos que permitan ejecutar un plan de gobierno concertado.

Sin embargo, vale recordar que ese modelo de gobiernos de coalición es propio de los sistemas parlamentarios, en los cuales el gabinete dura tanto como el apoyo de la mayoría de la legislatura. Así, si en México tuviéramos una coalición en el gobierno que por cualquier causa (elecciones intermedias, disputas por puestos, discrepancia sobre la ejecución de políticas, eventos externos sobre cuya atención no haya acuerdo, etc,) se rompiera, no terminaría anticipadamente el gobierno y el tema se zanjaría con elecciones anticipadas, como en cualquier país parlamentario, sino que continuaría un ejecutivo nacional confrontado con una oposición fortalecida por sus ex aliados, con una debilidad patente por un lastimoso periodo de varios años.

Con lo anterior no descarto la segunda ronda. Llamo la atención sobre la necesidad de no introducir elementos aislados en la estructura constitucional de gobierno, sin que se haga la revisión integral de la misma que permita su adecuado funcionamiento como un todo. 

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