Digresión II. Comentarios sobre un fragmento de José Gorostiza (Sobre la libertad)

En su discurso de ingreso al Colegio Nacional, el poeta José Gorostiza afirmó: La libertad puede no consistir en otra cosa que en el sentimiento de la propia posesión dentro de un orden establecido. Brillante. Es algo cierto que los poetas suelen explicar de la mejor manera conceptos de suma complejidad, básteme citar a Borges como medio de prueba.

Ahora bien, una cosa es lo que expresa el autor y otra muy distinta el significado que se le adscribe. Las palabras, siguiendo de nuevo a Borges, son esencialmente metáforas, y por tanto no pueden librarse de una cierta indeterminación; en todo caso el sentido relevante no es ya el que le quiso otorgar quien las escribió o pronunció, sino el que le otorga quien las recibe. Este otorgamiento de sentido se define en y para el sujeto que lo hace. Por tanto no es inevitablemente compartida ni invariable aún para el mismo sujeto. Ya lo escribió Aristóteles, el discurso es para el oyente.

Todo lo anterior es necesario que el lector lo tenga en cuenta al leer estas palabras, mi lectura personal, esto es, mi afirmación de sentido, sobre lo dicho por ese fino poeta mexicano que fue José Gorostiza. No pretendo hacer exégesis del texto.

Libertad, uno de los conceptos fundamentales (lo permitido tal vez diría Hohfeld) para el derecho, ha resultado históricamente difícil de asir, y suele definirse por negación. La libertad parece ser lo que no puede negarse, ya sea por el otro, la sociedad o el estado. En tal sentido la libertad se presenta como un acto o una abstención, esto es, algo que sólo tiene realidad desde el exterior.

¿Esto es así? ¿la libertad es un simple querer o no querer que es observable en su hacer o abstención desde el exterior? Aquí es donde la frase de Gorostiza hace una propuesta interesante, en las pocas líneas que necesita un gran poeta para expresar algo importante.

Primero, la libertad como sentimiento. Como algo que se percibe en y desde el interior, que puede no tener una conexión con la realidad, y que es subjetivo necesariamente; por tanto puede no ser del todo transmisible (¿qué es el enojo para cada quién? ¿cómo se diferencía de la simple molestia o la superlativa furia?) ni graduable. Es un estadío personal que nos predispone hacia nosotros mismos así como al exterior.

En segundo lugar, la propia posesión. Este punto me parece el más luminoso de la frase de Gorostiza. La libertad no puede ser el simple querer inmediato de un niño, que sin pensar en las consecuencias (tal vez sin conocerlas) quiere llenarse la boca de dulces ahitos de azúcar a las ocho de la noche de un domingo. No. La libertad es presentada como un gobernarse a sí mismo. Compleja y difícil facultad.

Poseerse es gobernarse, lo que implica conocerse en sus facultades y limitaciones, y por tanto poder prever las consecuencias de un acto o abstención. Cierto que esto no puede ser a la manera omnisapiente del juez Hércules de Dworkin, dado que en la vida práctica no se puede tener un conocimiento absoluto, ni aún el propio. Pero si en un nivel no graduable al menos idóneo para conservar la propia vida.

De esta forma, la libertad no puede desgajarse de la conciencia. No es un querer inconsciente, es un querer voluntario. Lo que presenta un problema adicional, ¿cómo llamar al querer inconsciente? tema que excede este breve comentario.

Gobernarse es producto de la madurez, de ese proceso que idealmente no cesa sino hasta que cesamos de existir (a menos que en otro plano sigamos madurando) y que consiste en incorporar a nuestro juicio las experiencias producto de la reflexión sobre lo que nos sucede, tanto en lo interior como en el contacto con el mundo.

Ese poseerse a uno mismo no surge, entonces, ni de forma espontánea ni como algo acabado en un momento fijo, sino como un flujo que admite corrientes contrarias, que puede tener un punto cierto de origen pero cuya desembocadura temporal se desconoce. No faltan remolinos en su curso, que de hecho lo mejoran y dan impulso.

El que no se gobierna entonces no puede ser libre. Quien se deja guiar de forma permanente por sus impulsos, por la emoción de lo inmediato, diría en un lenguaje ya clásico, no se posee a sí mismo quien se deja controlar por sus apetitos. Por tanto la libertad presupone la conciencia, esto es, la certeza de la individualidad y del propio control.

Aquí se unen las dos partes de la idea. Poseerse a sí mismo dentro de un orden establecido. Ese orden se desdobla en el aspecto interior, al que me he referido ya como un gobierno propio y uno exterior, que tiene que ver con la sociedad y el entorno en el que se mueve la persona.

Ese orden exterior se presenta a la vez dado pero inacabado. Es dado en cuanto viene impuesto por la tradición o el estado, por la religión o por la propia naturaleza; pero también es inacabado porque el individuo, así sea con el pequeño concurso de un grano de arena, participa en la construcción del mandato social y del jurídico, merced a la interacción con sus congéneres y a la participación de su voluntad en la colectiva.

Así el gobierno propio implica esa idea de orden interior, que es el conocimiento de los apetitos propios así como de lo que nos resulta conveniente; y también la idea del orden exterior que implica relacionarnos con un mundo que no vive sin nosotros pero tampoco existe solo para nosotros.


Una libertad que se construye y no es un fin en el sentido de un camino ya recorrido, sino de un proceso de ser más que de hacer. Un decidir producto de la reflexión. Cauce, no desembocadura.


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