Miscelánea jurídica XLVI


Maquiavelo. Una guía contemporánea de lectura sobre lo político y el Estado.
Coordinado por Israel Covarrubias

(Palabras pronunciadas en la presentación del libro el día 23 de febrero de 2017 en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro)

Reconozco que me emocionó la invitación del Dr. Covarrubias para presentar el libro que hoy nos convoca. En primer lugar, por el prestigio bien ganado de que goza el Profesor; en segundo término, porque dirige la revista “Metapolítica”, que compro de forma más constante que intermitente desde su lejano número cuatro, hace ya veinte años pasados.

Presentar un libro implica dar razones para leer el texto. No pretenderé entonces proponer la lectura de Maquiavelo, lo que es uno de los efectos de la obra que comento, sino exponer por qué es interesantes y necesaria la lectura de su libro para quienes nos preocupamos de la cosa pública.

De las dos partes en que se divide “Maquiavelo. Una guía contemporánea de lectura sobre lo político y el Estado” quiero centrarme en la segunda, denominada Excursiones en la historia. Estudios de contexto. Lo haré así en tanto antiguo profesor de Teoría del Estado y Teoría Constitucional, dejando para los que mejor conocen la Ciencia Política la primera parte del libro.

Advierto desde luego un elemento importante. El esfuerzo por entender a Maquiavelo en el contexto de su limitada existencia permite comprender las razones que le llevaron a escribir su obra. Como bien se detalla en el libro coordinado por el Dr. Israel, el florentino es un perfecto hijo de su tiempo. Y lo es por dos razones expresadas con claridad en el texto,  que aqui solo bosquejaré.

Primera, porque nacido en la explosión renacentista, que  vivífica y no salvífica, recibe una educación basada en los clásicos, en el estudio de una Roma antigua que toma no sólo como una época gloriosa,  sino como un objetivo a conseguir en cuanto a la unidad italiana, y el prestigio de lo que ya comienza a llamarse “Estado”. Esta recuperación de la antigüedad clásica no como objeto de museo sino como ideal (tal vez en el sentido platónico) la comparte Maquiavelo con los artistas de su tiempo, siendo común la base cultural de la que todos estos ingenios parten.

Segunda, Maquiavelo está vinculado al poder, no como especulación sino como realidad, es partícipe constante de la vida pública florentina, como funcionario de alto nivel en un momento de intranquilidad política y pérdida de referentes. Así, no es un pensador que haya visto pasar la revolución por su ventana, sino que iba en la primera fila del acontecer público, disfrutando y padeciendo los avatares de ser un “hombre de estado”.

Aquí quiero hacer un contrapunto (técnica musical propia del renacimiento) entre la aproximación al arte de la política y al arte de la música, tomando a dos de sus grandes intérpretes: Maquiavelo, tal como lo presenta el libro que hoy comentamos, y Glenn Gould, el genial pianista canadiense. Por favor, no se crea que esto que hago es nuevo, las relaciones entre la música y la interpretación jurídica son cercanas y ya las ha apuntado con éxito Eros Grau.

Maquiavleo es un autor que reflexiona sobre su práctica a partir de un bagaje cultural determinado. Es un hacedor más que un cuestionador, como se explica en el texto de Covarrubias. Vive inmerso en las luchas de poder y  militares, con el objetivo de ser exitoso en ambas, sí en beneficio de Florencia, pero también en provecho propio. Es un político en el sentido de que pone sus conocimientos y habilidades al servicio de la causa pública, de la que espera ser actor decisivo también. Porque sirve a un fin terrenal su aproximación “amoral” al fenómeno de gobierno lo lleva a negar la preminencia de los asuntos divinos sobre los propios del Estado. Pero como escritor tiene la capacidad de poner en papel sus reflexiones, de si bien no crear un sistema, sí plasmarlas para poder transmitir su pensamiento más allá que con el ejemplo, siempre pobre y limitado.

Así, el florentino es el ejemplo de quien no requiere retirarse del siglo para pensar sobre él. No es sólo mente, es también emoción. Justo como la política.

Gould no es menos genio que Maquiavelo, pero ejemplifica el otro tipo de pensador. Pianista fuera de serie que sorprende con una habilidad que solo supera su concepción personalísima de cada obra, se retira precozmente de los conciertos para encerrarse en el estudio de grabación, donde  controla todas las variables, y la técnica audiovisual le permite alejarse del público para trabajar; define a la disciplina como el excluirse de la sociedad para ser capaz de crear mediante el intelecto.

Su retiro de los reflectores no sólo se motiva por la incomodidad de la vida errante, también lo provoca su rechazo moral a las repeticiones, envidias y pequeños pleitos de reyezuelos que son parte inescindible de la actividad concertística.

Es el hombre que debe retirarse del siglo para pensar sobre él.

El contrapunto es aleccionador. Maquiavelo no concibe su vida fuera de la agitación constante, la mudanza, la lucha por un objetivo humano que es el poder, ya sea que lo interpretemos por mera vanidad, para la gloria de Italia o por revivir los fastos de la república romana. Sabe que lo político es movible y poco firme; pero para escribir sobre él necesita estar en él, y por eso la motivación de “El Príncipe” es congraciarse para volver a los puestos de decisión. Su espíritu no está tranquilo en el retiro, sino en la lucha diaria.

Gould, previo a grabar una pieza, la imagina de forma novedosa y única, pero para lograrlo no puede estar en contacto con la sociedad. Necesita la privacidad, la media luz que confunde y no permite el contacto. El control absoluto del entorno no como fantasía de poder, sino como medio indispensable para obtener la tranquilidad del espíritu.

Al presentarlos así, el florentino que se lee en las bien escritas e incluso emocionantes páginas del libro que hoy presentamos, es el ejemplo del intelectual que reflexiona sobre la vida que conoce y en la que participa; mientras Gould es el paradigma de quien requiere el retiro para conseguir el pensamiento creativo. Vamos a imaginarlos en cubículos: Maquiavelo inmediatamente saldría a los pasillos para hacer política académica o sindical, mientras el pianista canadiense buscaría insonorizar su espacio.

Tal vez, y solo tal vez, ambos tipos de intelectual existen en México.

Es muy coincidente con el sentido del libro que Covarrubias haya puesto como portada un grabado mandado hacer para tal fin. Como ya apunté, el Maquiavelo histórico no puede desprenderse del entorno en que vivió, revolucionario no sólo en el pensamiento sino también en el arte. En buena medida dicha portada  da cuenta del libro: un personaje único que no es producto de un azar (algo que no se llama azar, escribió Borges en el “Poema de los Dones”) sino decantación precisa y exacta de su momento y lugar.

Pero además de este Maquiavelo histórico están los maquiavelos interpretados. Esas visiones, que también se explican en el libro que comento, en las que a veces se ve al florentino como un realista, en otras como enemigo de la moral cristiana, o simplemente se le aprecia simple convenenciero político que a veces es republicano y otras no.

El pensador no puede defenderse de esas interpretaciones. El texto, una vez escrito, deja de ser propiedad de quien lo redactó y se vuelve una referencia para que el lector encuentre en él no sólo el pensamiento estático de alguien tal vez ya muerto, sino provocaciones para que lo dote de  significados a partir de su propia experiencia, de su mundo interior.

Así el contexto que nos brinda la segunda parte de esta “Guía contemporánea de lectura sobre lo político y el Estado” permite acercarnos al escritor y su pensamiento, pero no a los efectos de su obra, ni a los maquiavelos personales de todos quienes lo hayan leído. En buena medida hay una aproximación a tales temas en la primera parte, que analiza el léxico político y sus implicaciones, y que como ya dije, omito reseñar por reconocer en los otros presentadores mayores conocimientos para hacerlo con precisión.

Esos maquiavelos un poco espúrios que andan por el mundo, más que hijos de un autor muerto hace mucho, son producto de imaginaciones de diversas temperaturas. Así por ejemplo, el senador demócrata Joseph O´Mahoney sobre la propuesta de su correligionario y presidente Franklin Roosvelt para aumentar el número de ministros de la Corte y dominarla mediante el nombramiento de fieles acólitos, lo critica afirmando. “Todo esto huele a Maquiavelo, y Maquiavelo apesta”.

Ejemplifica esta frase varios aspectos de esos maquiavelos parciales. La presencia que tiene como referente en los políticos prácticos, con una intensidad que no tiene ningún otro pensador; la lectura de su obra como un texto no amoral, sino contrario a cualquier moral que no sea la del uso descarnado del poder para beneficio personal; y la razón del estado como mero apetito del gobernante.

Debo decir que el libro que presentamos tiene como motivo el primer aspecto que he apuntado: Maquiavelo como una presencia ejemplar, como modelo; mientras que desarticula las otras dos afirmaciones eficazmente. Ahora bien, cada quien puede seguir teniendo su lectura personal de la obra, pero el repasar la obra coordinada por Covarrubias permitirá entenderla mejor, y apreciar que lo que apesta no es el pensador, sino algunos de sus autoafirmados seguidores.

Quevedo, artista y político, escribió esta cuarteta: “Retirado en la paz de estos desiertos/con pocos pero doctos libros juntos/vivo en conversación con los difuntos/y escucho con mis ojos a los muertos” Maquiavelo, escritor y político, redactó sus obras en el desierto de un retiro forzado, comparando la Roma republicana con la Italia dividida que tenía ante sus ojos, pero nunca renunció a la pulsión vital que lo animaba: la política, que para él no era oficio, era profesión.

Muchas gracias.






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