Sobre “La noche de Ángeles”

 

Antonio Castro Leal, uno de los “Siete sabios”, escribió que la novela de la revolución conjuntaba cuatro estilos: el escrito autobiográfico, la obra de cuadros, el texto épico, y la novela nacionalista. Lo primero, porque cada autor (y autora, pues debemos incluir en la lista a Nellie Campobello) narra lo que vivió en ese cataclismo; lo segundo, porque la unidad narrativa es la vida arrebatada y vertiginosa del enfrentamiento. Es épica ya que el pueblo se muestra en lucha por sus derechos, y se enmarca en lo nacionalista porque se descubre lo mexicano como una revelación cegadora.

La idea de la novela como autobiografía, de inmediato, nos remite a Roger Caillois, cuando afirmó que “Se empieza en la literatura por una autobiografía, y las novelas que vienen luego no hacen sino ponerla al día”. Tenía razón, y nuestra ficción revolucionaria sin duda tiene esa raíz. Lo mismo “Los de abajo”, que “Vámonos con Pancho Villa” o “Cartucho”.

Aunque ciertamente todo texto (este mismo) es autobiográfico. Si cuando soñamos somos todos los personajes, sucede igual con lo que escribimos.

“La noche de Ángeles” es una novela publicada a inicios de la década de los noventa. Narra, mejor diría, evoca, los recuerdos del general Felipe Ángeles mientras realiza un recorrido en barca; es el recuento de acciones y emociones, lo vivido así como lo pensado. Estupenda novela, premiada y vuelta a publicar varias veces.

¿Es auténticamente una novela de la revolución? Lo es por el tema, no lo es porque, siguiendo a Castro Leal, no la vivió quien la escribió, Ignacio Solares; pero por otra parte, el mismo autor la dedica a la memoria de su abuelo, Genaro Bernal, a quien adjetiva como maderista.

Así, cabe suponer que en efecto hay algo de autobiográfico en el texto. Más que autobiográfico, algo de biografía familiar. Y biografía del personaje, sin duda; se nota la investigación que realizó el autor, que tiene el buen gusto de no presumir erudición sino de usar sus conocimientos en beneficio del relato.

Pero es una novela que va más allá. Es un texto psicológico porque escarba en los pensamientos y las emociones de ese general, vuelto un embozado enfermo que es más un perfil borroso que una persona, que guerrea con valor así como con pericia técnica, pero que también es ducho en la pacificación mediante el uso de la palabra; su mundo interior es tal vez más rico que las peripecias que le suceden.

Es también una novela religiosa, aquí no hay “camino del héroe” sino camino al Calvario, el personaje no solo lo sabe sino que parece desearlo, realiza los actos necesarios para llegar a su Gólgota, tal como lo hizo madero al perdonar a Huerta y poner en sus manos la Ciudad de México, o Reyes el equívoco al retirar con la bota de caballería a su hijo Rodolfo, quien le advierte que lo van a matar en su intentona de tomar Palacio Nacional, mientras le dice “Si, pero no por la espalda”.

Alfonso, su otro hijo, algo escribió de esto en su “Oración del 9 de febrero”.

El acto de sacrificio como única solución posible para una vida que no puede tener otro fin. Un Carranza Judas que cumple el papel trazado de antemano.

Como con “Los recuerdos del porvenir”, la telúrica novela de Elena Garro, “La noche de Ángeles” tiene la diferencia, sobre otras novelas de la revolución, de haberse escrito luego de los sucesos que narra, la emoción de la bola no es en primera persona, y eso facilita profundizar en los personajes de otra manera.

Tuve el gusto de leer esta ficción histórica desde que se publicó, y ahora que, invitado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, me tocó moderar la mesa en que su autor la comentó en el círculo de lectura, tuve el pretexto perfecto para releerla. Es mejor de lo que recordaba, y que conste que siempre me gustó mucho.

Sin duda, Solares recrea un Ángeles que no es humano, tampoco una sombra. Es un aparecido, de esos que llenan nuestra Historia Nacional.

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